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martes, 12 de noviembre de 2013

UNIDAD, NO IMPLICA UNIFORMIDAD, SINO ENTENDIMIENTO

Editorial de Alejandro Zapata Perogordo

La reconciliación nacional es un tema pendiente, que pese a grandes esfuerzos, no se ha logrado, por el contrario, cada vez se aprecia con mayor distancia. La acción política no está dando resultados en este rubro, es evidente su ineficacia y, por lo tanto, la preocupación de muchos líderes va en aumento.

Tanto en la sociedad, como en la clase política, persisten agravios derivados del pasado o algunos recientemente, que no acaban de superarse. El sentimiento de frustración y en algunas regiones, la intención de hacer justicia los ciudadanos por mano propia, tiende a crear un rompimiento del estado de derecho y a rebasar las reglas de la convivencia democrática.

Es obvio que en algunas partes del país se está generando un clima de odios y rencores, que puede permear a otras latitudes. Esos sentimientos llegan a constituir una gran motivación para la acción en contra de las instituciones legalmente establecidas y, si no son atendidas a tiempo, pueden transitar de generación en generación.

En mayor o menor medida, dependiendo del lugar, se está viviendo una etapa de violencia, que desde hace tiempo ha puesto a la sociedad en su conjunto en alerta, aunque también ese clima nos ha sometido a una gran presión, causando una sicosis colectiva, entre el daño subjetivo derivado del permanente temor de que algo malo nos ocurra y, los hechos materiales que de manera cotidiana ocurren constatando la ola delictiva, con acciones que tienen gran impacto en la sociedad.

El hecho real, consiste en que la sociedad no ha encontrado satisfactores a la problemática que padece, lo mismo se encuentra a merced de los delincuentes comunes u organizados, que amenazada por los excesos y la corrupción de sus autoridades, en consecuencia desconfía de todos y, bajo las pocas expectativas de solución, terminar por buscar sus propios cauces, circunstancia donde en no pocas ocasiones, también son utilizados como carne de cañón de vividores.

El fenómeno que atravesamos necesariamente se le debe encontrar una solución, cuyo sustento provenga tanto de la ética política, como orientada en la justicia con sus diversas dimensiones. Para Samuel Huntington, investigador sobre las transiciones y autor de varios libros, señala: unos de los problemas críticos que han de abordarse en los procesos de transición es el "problema del torturador".

Sostiene que, a pesar de que en la mayor parte de los argumentos que abordan esta cuestión hay planteadas cuestiones morales, lo que resulta más decisivo para explicar las distintas soluciones adoptadas en los distintos países no han sido estas cuestiones morales, sino otras de índole político, como "la naturaleza del proceso de democratización y la distribución del poder político durante y después de la transición".

El aprendizaje político de las últimas décadas, no puede derivar en enfrentamientos civiles, como tampoco en procesos autoritarios, ya que estaríamos en riesgo de sucumbir en la máxima kantiana que reza: "prefiero la injusticia al desorden", principio utilizado por aquel grupo denominado "los científicos", que acompañaron al gobierno porfirista.

Dentro de las variables a considerar, para un régimen que se precie de ser democrático, son el establecimiento de reglas de convivencia, que salvaguarden los valores que nos identifican, el ejercicio y práctica de las libertades y deberes de los gobernados, así como el consolidar y fortalecer a las instituciones, son una premisa fundamental, también, hacer gobiernos abiertos que trabajen, para y con la ciudadanía e impulsar la cultura de la legalidad y los derechos humanos.

La reconciliación, consiste en poner por encima de nuestras diferencias, las coincidencias, el respeto y la comprensión.

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